Sofía y su gatita
Serían las siete de la mañana cuando, antes de llegar a casa, Rebeca y yo hicimos una pausa para desayunar y reponer fuerzas. El cansancio se notaba en el cuerpo y no costó nada caer rendidos al sueño. Alrededor de las dos de la tarde me desperté, dejando que Rebeca siguiera descansando un poco más, y antes de meterme a la ducha llamé al restaurante chino para pedir algo de comer: la jornada sería para relajarse.
Ese domingo lo dedicamos a descansar y disfrutar sin prisas. Por la tarde, salimos a pasear por Gran Vía y Malasaña, una de mis rutas favoritas en Madrid. Me encanta caminar con Rebeca, parar a tomar unas cañas y probar las tapas en sitios de siempre: El Mandil en la esquina de Colón, El Rincón, la Tetaría de la Abuela… Y, por supuesto, el Pentagrama, mítico refugio de la movida madrileña y lugar de encuentro de artistas y músicos de los 80.
Ya entrada la noche, cenábamos en la terraza del 2D, en la plaza 2 de mayo, cuando mi móvil vibró sobre la mesa. Era Sofía llamando, probablemente para hablar de la noche especial que le esperaba al día siguiente.
“¡Hola Sofía! ¿Qué tal estás, guapa?”
Al otro lado del teléfono se notaba la energía y la satisfacción del día anterior; entre risas y exclamaciones, no dejaba de repetir un “¡¡buaaa!!” cada vez que recordaba algún momento de la fiesta.
—“¡He hablado con mi amiga y he quedado con ella mañana a las cinco, en un bar junto a casa!”—me contó, casi sin poder contener la emoción.
—“¡Pásate! ¿Vale?” —me pidió con ese tono de entusiasmo tan suyo.
—“¡Perfecto, me paso!” —respondí, ilusionado por acompañarla en esa nueva aventura.
—“Hugo ya está camino de Roma y este es mi regalo de su parte para que me lo pase bien y disfrute” —añadió Sofía, dejando claro que la complicidad en su pareja era absoluta y que aquel lunes prometía ser una experiencia tan especial como inolvidable.
Sofía había sabido organizarlo todo a la perfección para aprovechar el regalo al máximo y disfrutar la experiencia con total libertad. Después de la llamada, se lo conté todo a Rebeca, quien no paraba de reír y bromear:
—“¡Esta noche no te voy a hacer nada!” —me advertía divertida—. “Tendrás que comer bien al mediodía para recuperar fuerzas”.
El lunes, aprovechando el festivo, pasé gran parte de la mañana dándole vueltas al plan. No conocía en absoluto a la amiga de Sofía, lo que añadía cierto nerviosismo y una pizca de incertidumbre al asunto. Lo mejor era dejar que Sofía llevase la iniciativa y limitarme a seguir su ritmo, al menos al principio, aunque sabiendo cómo era, tenía claro que pronto dejaría de ser espectador para estar dentro del juego.
Al llegar al lugar de encuentro, la vi esperándome en la terraza, acompañada de una chica morena de rasgos atractivos y mirada chispeante. Sofía se levantó, me recibió con dos besos y enseguida nos presentó, rompiendo el hielo con esa naturalidad tan suya y dejando entrever que la tarde prometía emociones intensas por vivir.
—“¡Te presento a mi amiga Cris!” —dijo Sofía con una sonrisa traviesa.
“¡Hola, Cris! Encantado de conocerte” —respondí, correspondiendo a los dos besos de rigor antes de sentarnos juntos alrededor de la mesa.
Le pedí al camarero otra ronda de lo que ellas estaban tomando y una cerveza para mí. La complicidad era evidente: Cris lucía un cuerpo trabajado, fruto de las pesas y el entrenamiento constante, rondaría los cuarenta. Sofía ya le había contado en detalle lo ocurrido la noche del sábado en la fiesta, así que la conversación fluía entre risas y anécdotas picantes, sin necesidad de romper el hielo.
—“¡Qué envidia me dais!” —exclamó Cris, jugando con la idea—. “¡Una fiesta así es lo que me gustaría, mmm!”
—“¡Calla, guarra, que hoy te va a tocar a ti!” —le contestó Sofía bromista, y las dos estallaron en carcajadas, mostrando la confianza y libertad con la que hablaban del tema.
Ambas mantenían una complicidad natural y se mostraban abiertas en sus comentarios sobre sexo y aventuras. Después de un par de rondas y muchas risas, Sofía sugirió que era el momento de ir al hotel. Nos pusimos en marcha y, tras un corto paseo por la Gran Vía, llegamos al lugar acordado en apenas diez minutos.
Ya en la habitación, Cris y yo nos acomodamos en el sofá mientras Sofía se dirigía al baño, dejando en el aire la promesa de una noche diferente, cargada de expectación y curiosidad.
No lo esperaba y, de repente, Cris se acercó y me plantó un beso intenso, sin previo aviso.
—“¡Me siento tan a gusto que necesitaba darte un beso! Espero que no te moleste” —me confesó, con una sonrisa pícara.
“¡Para nada!” —le respondí divertido—. “¡Me gusta que seas tan decidida!”
Nos quedamos charlando relajadamente, apenas notando el paso del tiempo, hasta que Sofía apareció en la habitación.
—“¿Qué os parece para la ocasión? ¡Es un regalo de mi marido!” —anunció Sofía, entrando con paso seguro y girando sobre sí misma para lucir el conjunto que llevaba puesto.
Vestía un provocador BabyDoll en malla, con transparencias y detalles en nylon. Por delante, finas tiras cubrían lo imprescindible, mezclando la insinuación de las transparencias y las aberturas; por detrás, el diseño era más atrevido todavía, la malla se sujetaba solo por delicadas tiras en la espalda y la cintura, dejando sus nalgas completamente al descubierto.
Tanto Cris como yo soltamos un espontáneo “¡¡uauu!!” ante el espectáculo.
—“¡Pero no me olvido de ti, guapa!” —añadió Sofía, dirigiéndose a su amiga—. “¡Muéstranos cómo te preparaste para la ocasión!”
El ambiente ya estaba cargado de nerviosismo y deseo, anticipando que la noche apenas estaba comenzando.
Cris se levantó con gracia y empezó a moverse al ritmo de un pequeño bailecito, apartándose al centro de la habitación para desnudarse despacio, disfrutando del momento. Llevaba unos shorts vaqueros diminutos y una camiseta negra ajustada que realzaba su figura.
Con aire seductor, desabrochó el botón del vaquero y lo dejó caer a sus pies. Sacó un pie a un lado y, juguetona, con el otro lanzó el pequeño short hacia nosotros. Luego, agarró la parte baja de la camiseta y, con un movimiento de brazos hacia arriba, la retiró, quedándose sólo en lencería: un culotte de encaje morado y un sujetador sin tirantes, a juego y realmente favorecedor.
Sofía, entre risas, no pudo evitar lanzarle un “fiu fiu”, a lo que Cris respondió enviándole besos al aire con la mano.
“¡Bueno, Sofía! ¡Es tu momento!” —le animé.
Sofía no tardó en reaccionar. Se levantó, se acercó a Cris que la esperaba con algo de nervios, y con una mano la tomó suavemente del pelo, acercando sus rostros hasta que sus labios se encontraron en un beso apasionado. Mientras tanto, la otra mano de Sofía recorría el pecho de Cris, acariciándolo con intensidad, hasta descender poco a poco hacia su entrepierna, intensificando el contacto y la complicidad entre ambas. El ambiente se volvió aún más eléctrico, anticipando lo que estaba por venir.
—“¡Estas muy mojada ya, perra!”
Sofía, manteniendo el control y jugando con la tensión del momento, no soltó el pelo de Cris, guiándola suavemente para que se arrodillara frente a ella. Con una naturalidad provocadora, apartó la parte del BabyDoll que cubría su sexo, acercando la cabeza de Cris hacia ella y dejando claro lo que deseaba en ese instante. El ambiente se llenó de expectación, las miradas se cruzaban ansiosas y la química entre ambas era palpable, poniendo el punto de partida a una experiencia llena de pasión.
—“¡No seas tonta puta, lame que lo estás deseando, comete mi coño, ahora eres mi perra!”
Sofía tomó el control de la situación con una energía que desbordaba deseo. Abrió sus piernas y dejo que Cris se deleitara saboreando los flujos de su sexo. Guiaba a Cris con firmeza, marcando el ritmo del encuentro, mientras la respiración de ambas se aceleraba. Desde mi posición, sentado en el sofá, observaba cómo la tensión entre ellas crecía de forma casi eléctrica. Los movimientos de Sofía se volvían más impacientes y las reacciones de Cris dejaban claro que estaba completamente entregada al momento. Entre susurros y palabras cargadas de intención, Sofía marcaba el compás de lo que venía.
El ambiente se había vuelto denso, cargado de esa mezcla de deseo y expectación que casi podía respirarse. Sofía inclinó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un suspiro que llenó la habitación y que, sin decir nada, lo decía todo. Cris, completamente sumergida en la entrepierna, respondía a cada gesto con una entrega creciente, como si ambas se hubieran sincronizado sin necesidad de palabras.
Desde el sofá, apenas me movía. Simplemente observaba, atrapado entre la calma exterior y el torbellino interno que me provocaba verlas conectadas de aquella manera. Sofía rozaba el cabello de Cris con movimientos lentos, casi hipnóticos, mientras le murmuraba algo que no alcancé a escuchar, pero que hizo que Cris levantara la mirada con una mezcla de deseo y complicidad.
La tensión entre las tres presencias en la habitación crecía de forma gradual, casi ceremonial. Nada brusco, nada forzado: solo un juego de ritmos, miradas y respiraciones que iban dibujando la escena a su propio tiempo. Sofía, cada vez más encendida, guiaba el momento con suavidad, mientras Cris respondía con esa sensibilidad que surge cuando el deseo y la confianza se entrelazan.
—“¡Vamos mi perrita, comete mi rico coñito”
— “¡Anda que no tenías ganas, zorrita!”
—“¡Te veo como me miras en las duchas, con ese deseo, y ahora ya tienes mi coñito en tu boca putita! ¿Es lo que querías?”
— “¡Si, eso quería, me tenías loca y me encanta comértelo! Le respondía Cris”.
Yo seguía allí, sentado, sintiendo cómo cada detalle se volvía parte del ambiente: la luz tenue, la forma en que los cuerpos se buscaban y se entendían sin necesidad de explicaciones, el murmullo de sus voces acariciando el aire. Era como si el tiempo hubiera decidido detenerse solo para nosotros.
La energía en la habitación empezó a transformarse, volviéndose más profunda, más envolvente. Era como si cada respiración se hubiera cargado de un deseo que vibraba en el aire. Sofía, completamente entregada al momento, tomó a Cris del rostro con una suavidad que contrastaba con la fuerza que transmitía su mirada. Sus labios no se rozaban, pero la distancia entre ambas era tan breve, tan eléctrica, que casi podía sentirse cómo la tensión las empujaba la una hacia la otra.
Cris respondió inclinándose ligeramente, como atraída por un imán invisible. Sus ojos brillaban con esa mezcla de deseo y descontrol consciente que solo surge cuando todo dentro de ti dice “sí” al mismo tiempo. Sofía le susurró algo al oído, esta vez lo suficientemente alto como para que captara una palabra, apenas una, pero cargada de intención. Ese murmullo hizo que Cris soltara un suspiro tembloroso que recorrió mi espalda como un latigazo cálido.
Yo seguía sentado, pero ya no era un simple espectador. La escena me atrapaba desde dentro, como si cada gesto de ellas se reflejara en mi propio cuerpo. Mis manos se tensaron contra el sofá, conteniendo el impulso de participar, de acercarme, de romper esa distancia que se sentía gigantesca y mínima al mismo tiempo. Ellas lo sabían; lo notaban. De vez en cuando, las dos desviaban la mirada hacia mí, como si quisieran asegurarse de que estaba sintiendo cada segundo tanto como ellas.
La intensidad crecía despacio, de forma casi calculada, como si estuvieran construyendo un ritmo secreto. Sofía guiaba el momento con una seguridad que no imponía, sino que invitaba. Cris respondía con esa mezcla de entrega y ansiedad deliciosa que electrificaba el ambiente. Y yo, detenido entre la contención y el fuego, me hundía un poco más en el sofá, consciente de que el siguiente movimiento podía cambiarlo todo.
Sofía comenzó a dar síntomas de su primer orgasmo y apretó aún más la cabeza de Cris contra su cuerpo.
—“¡Me estoy corriendo perra, te la voy a llenar la boca! ¡Cómelo todo!”
—“¡Si por favor, quiero que lo hagas! Respondió Cris”.
—“¡Tranquila perra, que vas a tener sexo para hartarte esta noche!”
Me estaba encendiendo más de lo que quería admitir, pero aun así no moví un solo músculo. Sabía que esa noche pertenecía a Sofía, que era ella quien marcaba el ritmo, quien llevaba las riendas del ambiente que se estaba creando. Yo solo estaba allí para acompañarla, para sostener la energía que había decidido despertar y, si lo pedía, darle un impulso más al juego.
Contuve el impulso de acercarme, aunque cada gesto de ellas me atraía como si fuera una corriente magnética. Sofía lo sabía. Me miró de reojo, con esa expresión suya que siempre decía más que las palabras. No necesitaba hablar para dejar claro que estaba al tanto de mi tensión, de mis ganas, de la forma en que me costaba mantenerme en mi sitio.
Y, aun así, esperé. No porque me lo impusiera, sino porque había algo en su forma de moverse, en la intensidad que estaba construyendo con Cris, que merecía ser respetado. Era su escenario, su momento, su deseo abriéndose camino paso a paso. Yo era parte de él, sí, pero no el protagonista.
Esa contención, lejos de enfriar el ambiente, lo intensificaba. Cada vez que Sofía giraba apenas la cabeza hacia mí, cada vez que Cris respiraba de forma temblorosa y me lanzaba una mirada fugaz, sentía que la habitación entera se contraía alrededor de nosotros tres. Como si todo esperara un gesto, una señal, una palabra que aún no había llegado.
Y yo estaba preparado. Tan atento que podía sentir incluso los silencios. Tan dispuesto que cada fibra de mi cuerpo vibraba con la expectativa de que Sofía, en cualquier momento, decidiera que era hora de que yo entrara en el juego.
Sofía recubría un gemido más intenso y termino de gemir. —“¡Que gustazo perra, sécame bien con la lengua!”
Cris, lamia como buena perrita su caramelo. —“¡Si te portas bien hoy, te dejare que tengas mi coño otros días!”
Puso de pie a Cris y la desnudo por completo.
—“¿Te gusta que perrita tengo, Carlos?”
“¡Me encanta, cielo!”
Cris tenía un cuerpo cuidado, de esos que dejan claro cada hora invertida en el gimnasio, y se movía con una seguridad que la hacía aún más atractiva. Sofía, rodeándola despacio, la miró de arriba abajo con una sonrisa traviesa y, al situarse detrás de ella, posó una mano en su espalda para invitarla a inclinarse sobre la alfombra. Con un leve gesto de su pie, le pidió que separara un poco más las piernas, tomándose su tiempo, disfrutando de cómo Cris obedecía en silencio, mezcla de nervios y curiosidad.
Sofía se arrodilló detrás, colocó las manos sobre sus caderas y comenzó a explorar con calma el trasero de Cris, trazando caricias que subían y bajaban, jugando con la tensión de sus músculos. Su lengua jugaba saboreando la piel. Chupo sus dedos y húmedos se acercaron al coño de Cris, despacio fueron entrando en suaves movimientos.
Desde donde estaba, podía ver cómo Cris se aferraba al suelo, respirando cada vez más agitado, dejando escapar gemidos cortos, incapaz de disimular cuánto la estaba afectando aquella atención tan concentrada.
El cuerpo de Cris empezó a responder con pequeños temblores, como oleadas que iban y venían, encadenando sensaciones cada vez más intensas. Sofía, divertida y concentrada a la vez, alternaba caricias más suaves con otras más firmes, hasta que los suspiros de Cris se transformaron en jadeos entrecortados, señal de que estaba llegando a su límite de placer.
Entonces Sofía se incorporó un poco, le dio unos segundos para recuperar el aliento y, agarrándola con suavidad del cabello, la guió a gatas hasta donde yo estaba sentado. Cris llegó con las mejillas encendidas y la respiración agitada, mientras Sofía, sin perder la sonrisa, se acomodaba a mi lado y, al empezar a desabrocharme el pantalón con una calma estudiada, me susurraba que aún quedaba mucha noche por delante.
—“¡La puedes mantenla caliente un rato mientras vuelvo!”
Sofía con una mano agarro mi polla y la acerco a la boca de Cris.
—“¡Mi perrita se está portando muy bien y le doy un caramelo, tiene que saber comer bien una polla!”
Cris se inclinó hacia mí, con la polla en su boca se dedicó a mimarme con una entrega que dejaba claro lo encendida que estaba. Su ritmo, su forma de buscarme y la intensidad con la que se centraba en mí dejaban poco espacio a las dudas: disfrutaba del juego tanto como nosotros, y cada gesto suyo hacía que el ambiente subiera un grado más.
Sofía salió un momento de la habitación y, cuando regresó, lo hizo con una seguridad nueva en la mirada. Llevaba puesto un arnés que hablaba por sí solo de lo que tenía en mente, y se colocó detrás de Cris con calma, como quien se toma su tiempo antes de dar el siguiente paso.
Acercándose a Cris por detrás, se situó a las puertas de su coño y de un golpe introdujo la enorme polla de goma, desde mi posición, noté cómo el cuerpo de Cris reaccionaba al contacto, cómo su respiración se entrecortaba y su entrega se hacía aún más evidente.
El vaivén de Sofía, acompasado con los movimientos de Cris, fue elevando la tensión hasta que el cuerpo de esta última empezó a temblar otra vez, atrapada en una oleada de placer que la recorría por completo. Yo podía sentir, incluso sin verla entera, cómo su energía se desbordaba entre mis manos, mientras Sofía mantenía el control del ritmo detrás de ella, disfrutando tanto de la escena como del efecto que provocaba.
—“¡Córrete zorra! ¡Te voy a dar un buen repaso!”
Allí las tenía a las dos: Cris completamente entregada al juego y Sofía dejando salir, sin filtros, su lado más dominante. La tensión entre ambas se podía casi tocar en el aire, una mezcla de deseo, nervios y confianza que lo llenaba todo.
Sofía se separó unos pasos, tomó aire como quien cambia de registro y se incorporó con calma. Volvió a enredar los dedos en el cabello de Cris y la guio hacia mí, apartándola con firmeza. La colocó de nuevo frente a ella y, con una media sonrisa cargada de intención, le dio una nueva instrucción para que limpiara la polla de goma con su lengua, dejando claro que el mando seguía siendo suyo y que el juego aún estaba lejos de terminar.
—“¡Carlos, fóllate a mi perrita! ¡Que sienta tu polla dentro!”
Mientras Sofía se dejaba caer en el sofá, yo me coloqué detrás de Cris, estaba tan mojada que bastó un simple movimiento para que mi polla entrara con facilidad en su coño. Estaba muy encendida; no hicieron falta palabras para entender que todo fluía en la dirección adecuada. Entre la respiración agitada de ella, las indicaciones firmes de Sofía y el calor que se había instalado en la habitación, la escena parecía perfectamente orquestada.
El cuerpo de Cris respondía a cada estímulo: los músculos de sus piernas marcados por horas de gimnasio, sus glúteos firmes y definidos, todo en ella transmitía fuerza y vulnerabilidad al mismo tiempo. Yo sentía cómo se me disparaba el pulso, y fue entonces cuando Sofía, sin perder su tono seguro y juguetón, me dijo exactamente lo que quería que hiciéramos a continuación, dejando claro que la noche aún tenía varios actos por delante.
—“¡Carlos, rómpele el culo a esta zorra! ¡Ábreme el camino!”
Se notaba que Cris lo estaba esperando desde hacía rato; bastó con que arquease un poco más las caderas, ofreciéndose sin decir una sola palabra, para dejar claro lo que quería. Ese gesto, sencillo pero cargado de intención, fue más elocuente que cualquier frase y encendió todavía más el ambiente entre los tres.
Con mi mano redirigí mi polla y de un solo golpe penetré el durito culo de Cris,
“¿Te gusta? ¡Verdad putita! ¡Lo estas disfrutando!” — Le decía Sofía.
Cris, sin parar de chupar la polla de goma lo afirmaba con la cabeza.
Con mis manos agarré los pechos de Cris y subí el ritmo de las envestidas en su culo, está comenzó a gemir más fuerte, la excitación era tan fuerte que no paraba de correrse.
—“¡Sigue, sigue, no pares.. más fuerte, si!· — Gritaba Cris.
Sofía, totalmente encendida por el juego, decidió dejar a un lado el arnés para buscar una cercanía más directa. Se acomodó frente a Cris y, con una mezcla de autoridad y ternura, guio el rostro hacia su coño, invitándola a seguir explorando su coño de una manera más profunda.
Cris respondió sin dudar, todavía atrapada en la excitación del momento. Se dejó llevar por las indicaciones de Sofía.
— “¡Así perra! ¡Comete mi coño!”
Sofía comenzó a convulsionar, su cuerpo se doblaba anunciando la llegada de un nuevo orgasmo.
—“¡Si,si! ¡Ahh, como me estas poniendo zorra!”
Sofía se detuvo de repente, el cuerpo inclinado hacia delante, y durante unos segundos pareció quedarse suspendida en el aire antes de dejarse caer hacia atrás, completamente superada por la intensidad del orgasmo. Su respiración estaba descontrolada y sus músculos temblaban, con una oleada de placer recorriendo cada rincón de su cuerpo; Cris, aún aferrada a ella, tuvo que apartarse para que Sofía pudiera relajarse y recuperar poco a poco el control de sí misma.
Yo también estaba al límite. Tras el ritmo intenso que habíamos llevado, sentí cómo mi propio orgasmo llegaba sin posibilidad de freno, obligándome a aflojar el cuerpo y dejarme caer sobre el cuerpo de Cris y seguido en el suelo, agotado pero satisfecho, mientras el eco de las sensaciones todavía recorría mis piernas. Cuando Sofía se recompuso un poco, se acercó a Cris, la tomó del cabello con gesto cariñoso y la giró hacia mí, invitándola a limpiar la corrida sobre mi polla.
—“¡Limpia bien la polla, zorra!”
Cris, sin dudar un instante, se inclinó hacia mí, tomo con su mano mi polla y se la metió en la boca. Aún tenía el cuerpo tan sensible que cada gesto suyo provocaba pequeños espasmos que no podía controlar, obligándome a cerrar los ojos y dejarme llevar por completo. Al cabo de un momento, noté una nueva presencia uniéndose al juego: dos bocas, dos ritmos distintos que se alternaban sobre mí, y supe que Sofía se había sumado, coordinándose con Cris como si lo hubieran hecho mil veces.
Entre las dos, consiguieron que mi deseo volviera a encenderse. Fue entonces cuando Sofía decidió tomar de nuevo el control; se colocó sobre mí, mirándome desde arriba con una mezcla de complicidad y desafío, y se dejó caer lentamente, marcando ella el ritmo y la intensidad del momento. Cris, agotada pero satisfecha, se tumbó a un lado, observando la escena con una sonrisa relajada, mientras dejaba que su propia mano acariciara distraídamente su cuerpo, todavía encendido por todo lo que acabábamos de vivir.
Sofía seguía moviéndose sobre mí con una energía desbordante, marcando el ritmo como si la habitación entera latiera al compás de su cuerpo. Cuando alcanzó el orgasmo, se dejó caer sobre mi pecho, temblando y con la respiración completamente desbocada. Cris, que había estado esperando su momento con una sonrisa impaciente, pidió turno; cuando Sofía se apartó, ocupó su lugar sobre mí y comenzó a moverse al principio con suavidad, describiendo pequeños círculos con las caderas, hasta que, casi sin darse cuenta, fue acelerando, dejando que los suspiros se transformaran en gemidos cada vez más claros.
Sofía, ya recuperada, se volvió a poner el arnés, se colocó detrás de Cris y la guió a inclinarse un poco más sobre mí, añadiendo una nueva sensación al juego la polla volvía a penetrar el culo de Cris que hizo que todo se intensificara de golpe. Entre la presión de sus cuerpos, el calor compartido y la forma en que Cris se abandonaba por completo a lo que estaba sintiendo, la habitación se llenó de gemidos y respiraciones entrecortadas.
—“¡Si, romperme toda! ¡Joder, que bueno!” —Gritaba Cris como loca.
—“¡Disfruta perra! ¡Vas a recordar este día so puta!” —Comento Sofía.
Cris estaba completamente desatada, dejándose llevar por lo que sentía y pidiéndonos, entre jadeos, que no aflojáramos el ritmo. Cada vez que se movía, la intensidad subía un poco más, hasta el punto de hacerme perder de nuevo el control y llevarme otra vez al límite. Aun así, ella se resistía a detenerse, aferrándose a mí y manteniendo el vaivén, como si quisiera exprimir hasta la última chispa de placer que quedaba en nuestros cuerpos compartiendo ese instante.
He de reconocer que descubrir a Cris fue una de las mejores cosas que me han pasado en Madrid.
Sofía se apartó del culo de Cris, dejando que ésta se recostara a mi lado, todavía con el cuerpo vibrando por todo lo que acabábamos de compartir. Ella se acomodó junto a mí, buscando mi calor, mientras su respiración iba poco a poco volviendo a un ritmo más tranquilo.
Entonces Sofía se deslizó hasta colocarse entre las piernas de Cris, con esa decisión la caracterizaba, dejando claro que, aunque el ritmo bajara un poco, el juego aún no había terminado.
—“¡Esta almejita me la voy a comer yo ahora!”
Metió su cabeza entre las piernas de Cris lamiendo intensamente el clítoris. Cris recostada junto a mí, acerco su boca a la mía y nos dimos un buen morreo. Mis manos jugaban con los pechos de ella mientras Sofía se ponía a cien comiéndole el coño.
—“¡Córrete en mi boca perra! ¡Quiero saborear tu leche!”
Cris era muy orgásmica y no tardo en soltar sus fluidos llenando la boca de Sofía que los degustaba con placer.
— “¡Sigue, por favor! ¡No pares!” — Respondía Cris que estaba salida como una perra en celo.
Tumbado en el suelo, un poco apartado de ellas, contemplaba la escena con la sensación de estar viendo el eco perfecto de todo lo que habíamos compartido esa tarde. Había algo hipnótico en la forma en que se tocaban, en sus miradas cómplices y en las sonrisas que se les escapaban entre suspiros, como si aún estuvieran dejando caer las últimas chispas de la excitación.
Las dejé jugar entre ellas durante un buen rato, hasta que, agotadas, terminaron rendidas sobre la alfombra, respirando hondo y riéndose por lo bajo.
Cris estaba como loca, le pedía a Sofía que tenía que repetirse. Sofía la tomo de la barbilla y la soltó un besito en los labios
—“¡Te has portado muy bien y si tú quieres podrás tener una buena ama que te someta bien, perrita!” Las dos se fundieron en un intenso morreo.
Sofía tuvo, sin duda, el regalo que esperaba: una cómplice perfecta con la que seguir explorando sus juegos. Con el tiempo, los encuentros entre ellas se fueron repitiendo, siempre que las agendas y las ganas coincidían. Yo participé un par de ocasiones más, invitado a formar parte de esa química tan particular, y también Hugo terminó incorporándose alguna vez, encantado con la libertad con la que su mujer disfrutaba junto a su nueva amiga. Aquella etapa se convirtió en una de esas historias que, cada vez que la recordábamos, nos arrancaba una sonrisa cómplice.
<<<<<<< Relato revisado a noviembre de 2025
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