Una visita para recordar

“El mundo liberal ha sido una constante a lo largo de mi vida, marcando no sólo mis experiencias personales, sino también gran parte de mi trayectoria profesional. Desde aquel lejano 2006 y mi primera participación en la feria erótica de Madrid —aquella edición mítica celebrada en la cubierta de Leganés—, ha pasado ya mucho tiempo y muchas historias.”

He transitado distintas áreas de este universo: fui parte activa de la organización en la Expoeroszgz de Zaragoza, y también lo intenté, aunque sin éxito, con la fallida Expo Erótica de Lugo —un proyecto que no pudimos llegar a materializar, aunque la ilusión y los preparativos quedaron grabados en mi memoria—. He asistido como expositor a Seda, el Salón Erótico del Atlántico en Vilagarcía de Arousa; a Euskalsex, tanto en Bilbao como en Rentería; y viví los inicios vibrantes de EROS Andalucía, en Sevilla, allá por 2009.

Ese recorrido me abrió puertas al mundo del porno, a las productoras de vídeos eróticos, a los rincones secretos de las cuevas SADO y al intrigante ambiente del BDSM. De todos esos mundos, el de los locales liberales fue el que terminó de atraerme con más fuerza. Ahí comenzó mi contacto real con ese juego de deseos compartidos, descubrimiento, libertad y complicidad silenciosa.

Después de un tiempo sumergido en esos entornos, no tardé en involucrarme a fondo: participé en la organización de fiestas en locales liberales de toda la península, escenas llenas de intensidad, éxito y alguna que otra anécdota que merece capítulo propio. Y un día, simplemente supe que debía dar el paso: montar y gestionar mi propio local. Sumergirme de lleno en el reto de crear un espacio de libertad, erotismo y encuentro.

De lo demás —las historias, anécdotas, secretos aprendidos entre bambalinas y noches interminables— hablaré más adelante. Hay mucho universo aún por contar, y cada experiencia, cada mirada, cada tensión, merecen su espacio y su tiempo.

Rafa siempre fue más que un compañero de ferias. Con él recorrí varios eventos, compartiendo stand y confidencias, sabiendo que en su sexshop —el más animado de la ciudad vecina— nunca faltaba una conversación caliente, una propuesta audaz y alguna anécdota que arrancaba carcajadas y deseo. Hace poco se lanzó a crear su propia marca de ropa y accesorios BDSM, y no dudó en llamarme cuando surgió una oportunidad con potencial.

Un día me llamo y me propuso lo impensable en aquel momento: conseguir un chalet, un refugio con todas las garantías para montar algo especial. Nos citamos una tarde, recorrimos cada rincón del lugar; la intimidad que ofrecía al estar apartado, el espacio, la piscina, el jardín el ambiente que podíamos crear, eran perfectos para convertirlo en un oasis liberal. Así nació el proyecto. Nos pusimos a trabajar: decoración sugerente, rincones privados, salas de juegos, detalles para despertar la curiosidad y encender la imaginación.

El local funcionó durante dos años. Las fiestas fluían, la química entre los asistentes era fuego, la libertad se respiraba en cada encuentro. Aquel chalet vivió muchas noches memorables, pero pasado ese tiempo mi trabajo requería de más presencia y regresé a mi ciudad, dejé que Rafa continuara con el negocio, sabiendo que estaba en buenas manos. Más adelante compartiré alguna historia picante vivida entre esas paredes.

No tardé mucho en buscar mi propio espacio y abrí un nuevo local en un pueblo cerca de Madrid. El arranque fue prometedor: gente abierta, encuentros intensos, amistades que desbordaban complicidad y deseo. Pero la maldita crisis fue pisando fuerte y, ante la realidad, tuve que cerrar. A pesar de todo, aquí es donde viví algunos de los mejores momentos, donde encontré personas que dejaron huella, historias que merecen relato propio y amistades sinceras que perduran mucho más allá de los juegos.

Vamos con una de ellas…

Era sábado, una de esas noches de verano en las que el calor se pega a la piel y las ganas de fiesta flotan en el aire. El local bullía desde temprano, con la energía multiplicada por las fiestas de los pueblos de alrededor. Las parejas se presentaron pronto, y hacia la medianoche el aforo ya estaba completo. Se sentía el clima especial de las noches que prometen.

El ambiente era perfecto: música suave, luces bañando los cuerpos, risas y miradas cómplices recorriendo la sala. Las parejas de esa noche desprendían buen rollo: chicas preciosas con vestidos ajustados, sugerentes, derrochando provocación y ganas de juego. Pero si algo me encanta de estos encuentros es justo esa verdad que rompe con los clichés: las parejas no son modelos de revista. Aquí, el deseo no entiende de tallas ni de moldes. Bajitos, exuberantes, más serios, más gamberros, cada quien encuentra su punto caliente y morboso, ese detalle único que convierte lo real en infinitamente más erótico.

Las habitaciones de grupo se llenaron rápido. Aquella noche me tocó currar a fondo: atender la barra, pasar lista, repartir copas, explicar rincones y normas, apagar algún conato de timidez con una sonrisa o una palabra amable. Lo solía disfrutar, la mezcla de anfitrión y cómplice, pero ese sábado no paré un momento. Por suerte, Ramón y Clara, esos amigos fieles de cada fin de semana, me echaron una mano con la barra y el ambiente. Al comenzar con el proyecto disponía de una camarera que me ayudaba pero una mala experiencia con la caja hizo que me quedara solo un buen tiempo.

A las cuatro, la música bajó el ritmo, los susurros eran más lentos, y uno a uno fueron marchando. Casi todos se habían ido; los últimos besos furtivos, las risas, los vestiditos ya algo descolocados, el último gin-tonic apurando el hielo a medio derretir. Me fui quedando solo, recogiendo detrás de la barra, dejando que el cansancio aflojara los músculos, pero con una sonrisa satisfecha de madrugada.

Justo cuando pensaba que la noche estaba cerrada, a eso de las cuatro y media llamaron a la puerta. Imaginé que alguna pareja habría olvidado algo: un bolso, una camiseta, tal vez una recarga de excitación para la próxima vez. Fui a abrir y, para mi sorpresa, allí estaban Paco y Sandra, esa pareja de un pueblo cercano que venía de vez en cuando pero que aquella noche no los había visto en la fiesta.

Vestían casual, desenfadados, pero había en sus ojos esa chispa, ese brillo cómplice de quienes saben que todavía queda noche por exprimir.

«¡Qué tal! Sé que es tarde, estábamos en fiestas del pueblo, ya nos íbamos para casa y pensamos parar por si aún quedaba alguien y tomar algo…»

«Ya estoy solo» —respondí, sonriendo—,«pero pasad, os invito a una copa. Así me hacéis compañía mientras termino de recoger».

La confianza con Paco y Sandra era total; no era la primera vez que se dejaban caer a última hora porque sabían que solía quedarme hasta tarde. Habíamos compartido noches largas, charlas y alguna aventura con olor a madrugada. Vivían cerca y nunca parecían tener prisa en desaparecer.
Eran una pareja estupenda: Paco, algo más de cuarenta, transportista siempre de buen humor, de físico normal, con esa simpatía directa que rápidamente te deja desarmado. Sandra, más joven, cubana, preciosa, piel canela y un cuerpo que robaba miradas. Aquella noche la minifalda de vuelo y el top ajustado realzaban sus curvas y, cómo no, unos pechos firmes que invitaban a perderse.

Pasaron a la barra y se sentaron en los taburetes altos, cómodos, como en casa. Mientras terminaba de recoger el local, serví una cerveza bien fría para él y un cubata para ella, acompañados de un bol de gominolas para endulzar la charla. Comentamos la noche: el buen ambiente, las fiestas en los pueblos cercanos, el ritmo que había tenido el local. Ellos me contaron cómo habían salido con amigos de fuera del ambiente —de ahí su tardanza en llegar al punto caliente—.

Por suerte, ya tenía casi todo recogido antes de que llegaran, así que no tardé en incorporarme. Si terminaba tarde solía quedarme a dormir allí, así que sin prisa alguna me serví una copa y me senté con ellos, la barra como único testigo entre las risas y miradas que cruzaban; sabíamos que la noche, a pesar de la hora, podía ofrecer todavía algo más.

Mientras charlaba con Sandra, Paco volvió a excusarse y se fue al baño. No era la primera vez en la noche, así que al principio no le di importancia, pero esta vez tardaba más de lo habitual. Seguimos hablando, la conversación fluyendo entre risas, y no pude evitar notar que Sandra estaba especialmente picante: las frases se cargaban de doble sentido, su cuerpo se inclinaba hacia mí, sus ojos relucían y toda su energía parecía arder.

Sandra jugaba con las gominolas del bol. Tomó una y, con un gesto lento, la llevó a mis labios, presionándola hasta dejarla rozando mi boca, esperando que la atrapara con la lengua. Se divirtió con el juego, tomó otra, la pasó primero por sus propios labios, saboreándola, hasta que, tentadora, la depositó en los míos. Sentí el dulzor mezclado con el calor de su aliento y la chispa de sus ojos, que no dejaban de buscar los míos.

Paco regresó a la barra y se unió a la charla, pero pronto volvió a desaparecer en dirección al baño. Ya me empezó a mosquear: lo primero que pensé es que se estaría metiendo algo, pero entonces, al mirar de reojo, lo vi asomado desde la puerta, como si estuviera esperando la señal perfecta. Enseguida comprendí su juego: quería dejar a Sandra sola a mi lado, abrirle espacio para provocar.

Siempre fui muy profesional: marcaba distancia con los clientes en horario de trabajo, pero cuando el ambiente se vacía y los que quedan son amigos, uno puede permitirse bajar barreras y unirse al grupo como uno más.

Sandra, relajada y descarada, soltaba bromas cada vez más morbosas. Me acariciaba la mano con la suya, se reía y acercaba su cabeza hasta dejarme sentir el perfume de su piel y el deseo que ya flotaba en el aire. Mi cuerpo respondía y la situación se volvía cada vez más incendiaria.

«¿Te gusta lo dulce?» —me susurró Sandra, con esa sonrisa de niña mala, los ojos brillando de picardía.

«¿Y si te la doy más dulce? ¿Te gustaría?» —continuó, y sin perderme de vista, sentada en el taburete, abrió lentamente las piernas. Me quedé sin palabras al descubrir que bajo la minifalda no llevaba nada. Su sexo rasurado, húmedo y apetecible, quedó expuesto a mi mirada, y el aire pareció prenderse de golpe.

Sandra tomó una gominola, la llevó despacio a su entrepierna y comenzó a frotar suavemente su clítoris con ella, provocándome y mordiéndose el labio inferior con descaro. Sus movimientos eran lentos, calculados, perfectamente conscientes del deseo que estaban encendiendo. Luego acercó la gominola a mis labios, la hizo girar un par de veces sobre mi boca. Abrí los labios y ella la dejó reposar sobre mi lengua, notando el dulzor mezclado con el sabor salado e íntimo de su sexo.

Antes de que pudiera decir nada, Sandra se abalanzó y me regaló un morreo intenso, largo, con la lengua explorando cada esquina de mi boca, como si quisiera devorarme. Cuando se separó, acercó sus labios a mi oído, su aliento acariciando mi piel, y susurró:

«Estoy muy caliente… He convencido a Paco para venir y jugar contigo porque te tenía unas ganas locas. Paco hará lo que yo le pida… ¿Y tú? ¿Qué me vas a hacer? Veamos lo caliente que estás…»

Su reto disparó mi deseo. Sin apartar la mirada, acerqué la mano a su entrepierna, deslizando los dedos entre sus labios mojados, sintiendo el calor y el temblor de su cuerpo. Esta vez fui yo quien impulsó el beso, un morreo aún más intenso, mi mano jugando con su sexo que vibraba y se abría bajo mis caricias.

Sandra giró la cabeza hacia el fondo del pasillo, buscando la mirada de Paco, que seguía medio oculto, observando todo con los ojos encendidos. Ella hizo un gesto afirmativo, invitándolo a acercarse.

«Habéis comenzado sin mí… Yo también quiero entrar en este juego».

La noche, de golpe, prometía todavía mucho más.

Paco se colocó detrás de Sandra, rodeando su cintura con decisión y besándole el cuello con cierta brusquedad, ese punto dominante que tantas veces ella había confesado disfrutar. Sus manos, grandes y ansiosas, subieron desde su vientre, rodearon su torso y por encima del top empezaron a masajearle los pechos, amasando y apretando con ganas. De un gesto casi impaciente, Paco deslizó los pulgares por sus hombros, agarró los tirantes del top y los bajó de golpe, dejando sus senos al descubierto: redondos, firmes, el color canela de su piel resaltando los pezones pequeños y duros, casi desafiantes.

«¿Jugamos los tres?» —ronroneó Sandra, con una mezcla de atrevimiento y promesa en la mirada.

Me puse de pie, tomé su mano y les propuse con media sonrisa:

Vamos a continuar el juego en el cuarto grande.

La sala principal, con la base acolchada de seis por cuatro metros, nos recibió como un territorio virgen para la lujuria. Nos acercamos al centro; mientras Sandra quedaba frente a nosotros, fuimos desnudándola despacio, alternando besos en los labios, el cuello, los pechos, dejando que el deseo subiera a borbotones. Después, nos desnudamos Paco y yo, y nos dejamos caer en la base blanda, dispuestos a explorar cada límite.

Sandra brillaba de excitación, el Caribe palpitando bajo su piel. Semidesnuda, era ya un espectáculo; completamente desnuda, se transformaba en una diosa irresistible. Y en los gestos, me di cuenta: ella había decidido que yo fuera el centro de su noche. Se giró, buscó mi boca, se sentó a horcajadas y mientras me besaba, su mano recorrió mi cuerpo hasta apoderarse de mi polla, acariciándola y haciéndome rabiar de ganas.

Paco, arrodillado a nuestros pies, chupaba los dedos y los pies de Sandra, literalmente embelesado, casi devoto. Parecía que el acuerdo estaba claro: él seguía su papel y ella se permitía el antojo de dejarse llevar conmigo. Sandra bajó su boca a mi cuello, fue recorriendo mi pecho, mi abdomen, hasta tener mi polla a la altura de sus labios. Sin detenerse, se la metió en la boca, jugando con un vaivén lento, su lengua rozando el glande en círculos, arrancándome chispazos de placer.

No quise que la boca se adueñara de todo, así que la giré y su coño quedó encima de mi cara. Mis manos la sujetaron firme de las caderas, tirando de su cuerpo hacia mi boca, y me entregué a devorarla: lengua profunda, círculos en el clítoris, pequeños mordiscos que le hacían arquear la espalda, los jugos corriendo y mezclándose con mi saliva, el sabor de su deseo llenando mi boca.

El tiempo se deshizo. Las manos de Paco comenzaron a recorrer mis testículos, aumentando la tensión y el morbo. Sandra dejó de succionar mi polla por un momento, se giró y besó intensamente a Paco, que la devoró la boca sin restricciones. Después, en voz baja y llena de promesas, le susurró al oído:

«Ven, que sé que lo estás deseando, cabrón».

La habitación se llenó de un silencio expectante, como si todo a nuestro alrededor quedara suspendido. El deseo estaba a punto de explotar.

Sandra tomó el control, dejando clara quién mandaba aquella noche. Con una mano me agarró la polla y, con la otra, entrelazó los dedos en el pelo de la cabeza de Paco, guiando su cabeza hasta mi entrepierna. Sentí cómo Paco abría la boca y comenzaba a comérmela, devorando mi polla con ganas, lamiendo, succionando, explorando sin pudor.

No me sorprendió; en el ambiente liberal, la curiosidad y el juego lo son todo, y aunque soy hetero, en las orgías me entrego al placer sin prejuicio. Sandra, con una mirada cargada de picardía, disfrutaba viendo a Paco entregado. Se inclinó hacia mí, me besó y, entre risas, susurró:

«¿Te importa que te la coma? Es un vicioso, no es gay, pero le encantaría comerse una buena polla».

«Estamos jugando» —respondí, divertido—, «y si eso le gusta, que siga así».

Sandra se relamió, mandando sobre ambos:
«Hoy vamos a darle caña a este cabrón, va a hacer todo lo que yo quiera. Me obedecerá como la puta que es».

La dinámica me encantaba: ella reinaba, él era sumiso, yo era el centro de su capricho. Paco me la chupó un buen rato, con entrega y sin dejar de mirarme de vez en cuando, hasta que Sandra, satisfecha por el espectáculo, le ordenó que se apartara y se tumbara a un lado.

Ella se deslizó hacia mí y me miró con deseo:
«Fóllame, ahora te quiero dentro».

Me coloqué sobre ella, tomé mi polla y la llevé hasta la entrada de su coño. Sandra estaba tan mojada que resbalé fácilmente, hundiéndome hasta el fondo, arrancándole un jadeo de placer profundo. Empecé suave y pronto las embestidas ganaron fuerza, llenando la habitación con sus gritos, gemidos y el sonido de nuestros cuerpos chocando. Su primer orgasmo llegó como una ola: sus uñas clavadas en mi espalda, la espalda arqueada, la piel vibrando.

Entonces, con la respiración agitada, hizo que me tumbara a su lado y mandó llamar a Paco:

«Ven aquí, límpiale la polla con la lengua».

Paco obedeció sin dudarlo, metiendo mi polla en su boca, lamiendo todo el flujo vaginal que la cubría hasta dejarla limpia. Cuando Sandra lo consideró suficiente, volvió a guiar mi polla a su coño, exigiendo más, una y otra vez.

Así siguió la dinámica, rotando los papeles. Paco, sometido, miraba y obedecía las órdenes. Cuando Sandra quiso, le mandó tumbarse a observar. Se giró y, poniéndose a cuatro patas, me ofreció un espectáculo irresistible: sus nalgas firmes, redondas, totalmente abiertas a mi deseo, su coño hinchado y húmedo esperando la siguiente embestida, su mirada felina por encima del hombro como invitación.

«Fóllame por detrás y no seas blando, me encanta sentir cómo se me rompe el culo» —exigió Sandra, con esa voz afilada de puro deseo.

Guié mi polla hacia su ano, deslizando la punta mientras mi mano seguía acariciando su coño, aprovechando su humedad para mojar bien tanto su entrada como mi polla. El contacto era salvaje, directo, y yo sabía que el placer también tenía su lado áspero y sin filtros. Coloqué la cabeza de mi polla justo en su agujero del culo y, como ella pedía, la metí de un golpe firme, sintiendo la fuerza de la presión, el calor y la estrechez. Un grito intenso le atravesó el cuerpo; me detuve un instante por pura precaución, pero Sandra, ardiendo y fuera de sí, me pidió que siguiera rápido, que no aflojara ni la brutalidad de las embestidas.

El ritmo era brutal, la habitación, sudor y gemidos; Sandra giraba el rostro, buscaba los ojos de Paco y le soltaba entre jadeos:

«¿Ves cómo se folla por el culo, aprende, so puta?»

La sentía apretada, la presión del ano me hacía endurecer aún más, y a medida que el flujo anal iba mojando la zona, todo se volvía delirio líquido y descontrolado. Por momentos yo pensaba en parar por el daño, el placer y el castigo mezclados para ambos cuerpos. No quería correrme aún, así que saqué mi polla después de una buena tanda de embestidas y me tumbé a su lado, intentando recuperar el control.

Sandra se giró hacia mí, los ojos encendidos:

«Como follas, me tienes muy salida, descansa un poco y continuamos».

Sin perder la autoridad, Sandra miró a Paco y con una orden firme le dijo:

«Limpia la polla y mantenla dura».

Paco respondió obediente, acercándose, tomando mi polla con su mano y metiéndosela en la boca, limpiando con la lengua todo rastro del último polvo y dándome una mamada profunda. Mientras tanto, Sandra se recostó a mi lado, me morreó largo y húmedo, gozando el control y el morbo de la escena.

Se acercó a mi oído y, con el aliento caliente, susurró:

«Me encantaría ver cómo te lo follas para mí. ¿Te atreves? Lo he follado con vibradores, pero así será la primera vez y no va a poner ninguna negativa porque yo lo pido».

«¿Quieres eso? ¿Qué me lo folle?»

Su tono era puro desafío y el fuego de sus ojos no admitía dudas.

«Me encantaría» —respondí, la voz cargada de deseo—. «Fóllate a esa puta».

Sandra se incorporó, agarró del pelo a Paco y lo guió firme:

«Ponte a cuatro patas, puta, te van a follar el culo y yo me voy a correr de gusto viéndolo».

La temperatura del cuarto se disparó. Todo estaba dispuesto para un final que prometía superar cualquier límite.

Paco obedeció de inmediato, se puso a cuatro patas frente a nosotros. Sandra, con esa energía de mando que la hacía irresistible, le dio una palmada fuerte en las nalgas, separándolas con ambas manos como abriéndole camino. Me miró con complicidad y dijo, casi como una orden:

«¡Ahora!»

Tomé una bolsa de lubricante, la rompí y vacié el contenido en mi mano. Froté la palma sobre mi polla, dura como una barra de acero después de todo el espectáculo y el juego previo. La boca de Paco no había dejado en ningún momento que la excitación cayera.

Sandra tomó parte del lubricante y, sin apenas delicadeza, empezó a jugar con el ano de Paco; primero deslizó un dedo, luego, al notar que se abría, sumó un segundo y un tercero, dilatándolo poco a poco mientras Paco gemía bajo, sumiso, totalmente entregado. Me acerqué por detrás; Sandra, dueña de la situación, guio mi polla con su mano, apuntando justo donde debía entrar, sosteniendo y acercando hasta que sentí el calor de ese nuevo territorio ofrecido.

«Fóllate a esta puta guarra… que sienta cómo se rompe su culo» —ordenó, encendiendo aún más la escena.

Presioné despacio, sintiendo la resistencia de entrada y el músculo cediendo poco a poco. Avancé con firmeza, notando a Paco tenso, su cuerpo vibrando al sentir cómo la polla lo abría centímetro a centímetro. No hubo palabra de queja, ningún gesto de querer parar; sólo respiraciones entrecortadas y un estremecimiento claro de placer y nerviosismo mezclados.

Poco a poco, el esfínter cedió, la presión se disolvió y mi polla empezó a entrar y salir con mayor facilidad, mojada por el lubricante, caliente y envuelta en la carne. Sandra no se cortaba ni en los gestos ni en las palabras:

«¿Te gusta eh, puta guarra? ¡Disfruta, cabrón!»

Cada embestida era recibida con un gemido ahogado. El ambiente estaba impregnado de morbo; la humillación juguetona de Sandra era pura gasolina para el instante y Paco, lejos de incomodarse, se dejaba arrastrar al límite.

No tardé en perder el control ante esa ola de excitación: el ritmo se hizo más duro y sentí el orgasmo dispararse desde el centro del cuerpo. Me corrí dentro de él, soltando un gemido ronco, cargado de placer. Cuando terminé, me separé, dejándome caer de espaldas, respirando hondo.

Sandra levantó la cara de Paco, lo besó con ternura perversa y le preguntó entre sonrisas:

«¿Te ha gustado? ¿Has disfrutado?»

Paco asintió, agotado, con una mezcla de orgullo y rendición en la mirada. Pero el descanso fue breve: Sandra, sin perder el protagonismo, le dio una nueva orden:

«Límpiale bien la polla».

Obedeció. Sandra se tumbó a mi lado, acariciando mi pecho mientras Paco terminaba su tarea y, cuando hubo acabado, lo mandó al baño a limpiarse. Ella aprovechó la intimidad de ese momento para pegarse a mí, envolverme en un abrazo cargado de caricias y un último morreo lento, suave, como una recompensa especial, con la calma de una reina satisfecha al final de la noche.

Mientras Paco estaba en el baño, Sandra se acercó más a mí, aún desnuda, la piel encendida, la copa en la mano y la mirada fija en la mía.

«¿Te ha gustado la experiencia? Porque yo estoy más salida todavía… ¿Qué te parece si mando a Paco que se vaya a casa y me quedo contigo a solas? ¿Me llevas luego?»

No podía negarme.

«Si me dejas que me recupere, me encantaría».

Cuando Paco salió del baño, Sandra no le dio opción: le pidió que se vistiera y se fuera, asegurándole que yo la acercaría a casa más tarde. Él, sumiso todavía, aceptó sin objeciones, se puso la ropa y se marchó.

Ya eran las seis y media de la mañana. Fui al baño a limpiarme y luego a por un refresco, sintiendo el cuerpo aflojado y la mente encendida. Preparé una copa para Sandra y nos sentamos juntos en el sofá, ella aún completamente desnuda, las piernas cruzadas, una imagen difícil de borrar de la memoria.

Empezamos a charlar, primero recuperando el aliento y luego entrando en terrenos más íntimos, con el ambiente relajado pero el deseo aún latente. Aprovechando la pausa, fui a la cocina a coger el móvil, pero en realidad busqué una ayuda extra en el armario: la caja de Cialis que guardaba para ocasiones especiales. Tomé una pastilla con un poco de agua, sabiendo que aún me quedaba media hora antes de que hiciera efecto. Volví al salón para seguir conversando.

Sandra estaba espectacular, encendía el aire solo con una sonrisa. Me senté junto a ella y el tema derivó enseguida a lo vivido:

«¿Así que te gusta dominar a Paco?»

«Sí, empezó casi como una broma y, cuando vi que le gustaba, no pude parar. Me pone saber que me obedece, que soy yo quien manda en casa y en la cama. Humillarlo me excita… pero nunca habíamos jugado así, la experiencia de esta noche… me tiene cachonda perdida.»

Habló de sus juegos, de cómo le gusta someterlo, de las fantasías que se les ocurren y de lo bien que se lleva con otras parejas, aunque nunca tan intenso y tan perverso como aquella noche. Yo a mi vez confesé: no era la primera vez que alguien me comía la polla, pero sí la primera vez que me follaba a un hombre, y la verdad, la experiencia me había sorprendido y puesto muy salido.

La conversación fue subiendo de tono, la mirada de Sandra dejando claro que la pausa era sólo eso: un intervalo, porque la noche no había terminado para ninguno. En poco más de una hora, la pastilla empezó a hacer efecto y estaba desnudo junto a ella. Imposible disimular que mi polla pedía guerra.

«Mmmm… Creo que este juguetito está pidiendo guerra» —dijo Sandra, traviesa y mimosa, y empezó a acariciarme y a jugar con mi polla, sus dedos deslizándose, su boca acercándose, todo en ella era deseo.

Nos levantamos y volvimos al cuarto grande. Esta vez Sandra cambió el enfoque; dejó a un lado el rol dominante y se volvió mimosa, juguetona, entregada a sus deseos, como si quisiese chupar hasta el último minuto de placer.

La sala era solo para nosotros, la madrugada, la complicidad y la promesa de un juego sin límite.

«Tenía muchas ganas de estar contigo…» —me confesó Sandra, la voz ronca, pegada a mi boca

«Desde la primera vez que vinimos me fijé en ti y lo deseaba. ¡Ahora quiero follar a gusto, que me penetren con ganas y no por cumplir! Hazme disfrutar, lo necesito».

Si antes me había excitado, ahora el deseo era feroz. Estar a solas con Sandra, esa diosa caribeña, elevó aún más la libido. La química era brutal: cambiábamos de postura sin descanso, la follaba como un animal, tanto el coño como el culo, y ella gemía, se estremecía, gritaba sus orgasmos sin pudor alguno, tan libre que el placer se volvió salvaje. No habíamos de preocuparnos por ruidos; cada vez que la hacía venir, Sandra se deshacía en espasmos y aullidos.

«¡Más… fóllame más… me tienes loca!»
«¡Joder, cómo me pones, estoy salidísima!» —gritaba, con ganas de romperlo todo.

Los orgasmos se volvían terremotos, sus piernas temblaban y su cuerpo entero vibraba contra mí. Yo también terminé corriéndome, destrozado, sin fuerzas, aunque mi polla seguía dura, y tuve que tumbarme de espaldas, buscando aliento. Sandra, incansable, sonrió y se puso encima de mí, acariciando mi polla y pajeándome con dulzura hasta que volví a correrme en su mano, antes de acomodar su cabeza sobre mi pecho, mimosa, acariciando mi piel, dejándose envolver por la calma y el calor tras la tempestad.

«Me lo he pasado genial» —susurró—. «Hacía mucho tiempo que no disfrutaba así. ¡Qué manera de correrme… me he vuelto loca! El poder soltarme, gritar como una bestia, sin preocuparme… ha sido una pasada».

Cuando miramos el reloj, ya era medio día. Nos vestimos despacio, con esa lentitud de quienes se niegan a acabar el placer, recogí mis cosas y salimos juntos. El trayecto a su casa duró apenas diez minutos, pero ella, en la despedida, me lo dejó claro:

«Quiero verte otra vez».
«Por supuesto, respondí que sí».

Me dejó en su puerta con una última mirada cargada de promesas, y yo me marché todavía medio flotando.

La pareja volvió al chalet varias veces más; la relación fue siempre estupenda. Tuvimos más encuentros los tres. Sandra y Paco también probaron intercambios con otras parejas, pero lo nuestro fue único, diferente, vivo. Paco, con su trabajo de transportista, pasaba días fuera, y Sandra me llamaba, citándonos a solas en el chalet, en encuentros cada vez más intensos y cómplices. Cada vez me enganchaba más a ese cuerpo caribeño, a su risa, a sus ganas salvajes de sentir.

A veces, cuando cierro los ojos, la recuerdo allí, desnuda en el sofá, copa en mano, con esa luz feroz en los ojos y todo el deseo del mundo brillando en su piel.

Inolvidable Sandra. Este no será el único relato con ella.

<<<<<<<  Relato revisado a noviembre de 2025

“Los comentarios están desactivados para evitar SPAM. Si deseas dejarme algún comentario utiliza el formulario de contacto.”

64 Visitas totales
42 Visitantes únicos