La Red

En los ochenta, conocer gente fuera de nuestro entorno era todo un ritual. Recorríamos las revistas juveniles buscando esa sección de contactos donde chicos y chicas lanzaban mensajes cortos, direcciones y esos apartados de correos que hoy suenan a arqueología. Qué tiempos.
Así fue como conecté con algunos amigos y amigas. El tiempo después los fue diluyendo, se pierden en la memoria.

Con los móviles llegaron los SMS, un poco caro eso sí. A finales de los noventa, internet comenzaba a dejar de ser una odisea y ya todo se cargaba un poco más rápido, de 56k pasamos a los 128k y los más privilegiados disponían de 254k. Las primeras páginas de contactos surgieron al mismo tiempo que una nueva manera de relacionarse. Perfiles, fotos, respuestas rápidas y rastros de deseo. “Seis grados” marcó el inicio, como la teoría que según la cual todas las personas estamos conectados a través de no más de seis personas. Luego llegaron otras conocidas como Facebook, Tuenti, Twitter, Badoo… y ahora, Tinder, Happn, Meetic, con utilidades como la geolocalización, mapas y encuentros rapidos.

Desde que conocí esta forma de contactar. siempre he tenido creado un perfil en alguna red, aunque ya no utilizo estas redes aún queda alguno perfil por ahí. El relato que voy a comentar fue en la conocida red Badoo y la chica se llamaba Marta, era de un pueblo a 20 minutos de mi ciudad, de esto hace ya unos añitos.

Marta tenía cinco años menos que yo, tres hijos, un chico de veinte, una chica de diecisiete y una pequeña de doce años, llevaba separada tres años y en este tiempo no había tenido ninguna relación.

Nuestra relación arrancó con juegos en chat, en los comienzos de Messenger, confidencias de webcam, fotos cada vez más explícitas, juego morbo, deseos contenidos. Durante tres meses, el fuego creció hasta que un día se decidió a dar el paso y querer conocerme en persona. 

Un sábado de verano. Tras prepararme, cogí el coche, autopista y a las diez de la noche estaba en su portal. El plan era acercamos a otra población cercana un poco más grande en la que los fines de semana se formaba un buen ambiente había en una zona de bares de copas.

Marta, una chica rubia de pelo largo, un poquito más baja que yo y de cuerpo delgado. Hasta ese día todo lo que conocía de ella era por foto y por Webcam, cuando abrió la puerta del portal de su casa y salió, me sorprendió aún más, tenía un tipazo espectacular y muy guapa, cuantas chicas de veinte quisieras estar así. Vestía un vestido de noche ajustado en color negro, muy apropiado para una noche de verano. El rubio de su pelo largo y liso cayendo sobre sus hombros con el negro del vestido y destacando el moreno de la piel.

Me besó sin timidez, por la confianza ya adquirida y ambos soltamos el mismo comentario: “Por fin, en persona.”

El trayecto fue corto, apenas unos diez minutos. Un diálogo natural y desenfadado entre quienes ya comparten familiaridad en la mirada y el tono.

Aparcamos el coche en una calle no muy transitada pero cercana a los Pubs de la localidad. Era pronto para que hubiera gente por la calle así que entramos en una cafetería, pedimos dos cafés y nos sentamos.

Marta estaba muy guapa, me sentía muy a gusto de tenerla a mi lado. Aunque ya habíamos ganado bastante confianza, estar frente a frente seguía poniendo un poco nerviosa a Marta. Le tomé la mano para que se relajara; me explicó que no era conmigo con quien se sentía inquieta, sino por la posibilidad de cruzarse con algún conocido. Era la primera vez en mucho tiempo que salía un sábado, la última fue con su ex.

Tras una hora, nos levantamos y dejamos la cafetería. Fuimos a un pub y pedimos unas copas. No habíamos pasado ni media hora allí cuando Marta me dijo que no se sentía nada cómoda; la tensión de encontrarse con alguien conocido no la dejaba tranquila y me sugirió que nos fuéramos. Caminamos hasta el coche con la idea de ir a la ciudad y dejar de estar tensa. Durante ese paseo, ya más relajada, Marta me tomó la mano por primera vez y me confesó que estaba muy feliz de poder estar conmigo, aunque los nervios siguieran presentes.

Nos subimos al coche y, antes de arrancar, seguimos hablando un rato. Poco a poco las palabras fueron apagándose y las miradas se clavaron la una en la otra, tensas, desafiantes. El silencio nos envolvió… y entonces nos besamos por primera vez. Fue un beso profundo, arrollador, como si los dos hubiéramos estado conteniéndonos demasiado tiempo. Marta me sujetó con una intensidad inesperada, acercándose más, como si no quisiera soltarme. Su mano se hizo camino entre las aberturas de mi camisa, desabrochando algunos botones se hizo camino y acarició mí pecho.

Mis manos recorrieron su espalda y su cintura, atrayéndola hacia mí sin dejar espacio entre los dos. La tensión y excitación crecía a cada roce, el beso se volvió más voraz e intenso. Su respiración acelerada contra mi boca, la fuerza con la que me agarraba y el modo en que se rendía al momento lo decían todo: lo deseaba tanto como yo.

Mi mano subió a su pecho, por encima del vestido, colándose por el escote. Un pecho firme, pezón pequeño y duro. Marta bajó su mano a mi bragueta, agilidad y hambre: la abrió, apartó el bóxer, y sus dedos se cerraron sobre mi polla. “Vámonos de aquí”, susurró.

Arranqué el coche y puse rumbo a un área de descanso cercano al pueblo, un lugar perfecto para romper la calma. Mientras conducía, Marta no soltó su presa. Su cabeza fue bajando, la lengua jugueteaba con mi glande, la boca envolvía mi polla en una mamada suave, rítmica, torturante.

El trayecto se me hizo eterno. Cuando paramos, ella no apartó la boca. Recliné los asientos, ella se incorporó y contemplé como se quitaba el vestido, dejando al descubierto lencería negra ajustada. Se soltó el sujetador dejando libres sus pechos hermosos y firmes ante mis ojos. Me liberé de la camisa y los pantalones; ella se montó sobre mí, besos insaciables, mis manos en sus nalgas agarrando con fuerza, notando lo duras que estaban, presionando mi polla contra su cuerpo, comenzó a moverse sobre mi apretándose cada vez más

La giré hacia el otro asiento, me lancé a recorrer su cuerpo con la boca; succioné pezones, saboreando su piel, mi mano bajó entre sus piernas notando la humedad que ya comenzaba a brotar. Dos dedos en el clítoris, movimientos circulares, notaba que la volvía loca: pedía que la penetrara ya. Como pude coloqué el preservativo, Marta guió la punta de mi polla hasta su coño mojado. La fui penetrando muy despacio, saboreando la calidez del momento, poco a poco el ritmo se volvió más intenso y brusco y sus gemidos crecieron hasta el primer orgasmo: tembló, retorció el cuerpo en espasmos eléctricos.

Sentí la humedad de su primer orgasmo, seguí penetrándola con fuerza, lo que hizo que se pusiera muy loca, verla tan desatada me prendía aún más. Al poco, ya no aguantaba más la excitación y me corrí, cayendo sobre su cuerpo, dos animales peleando por recuperar la respiración. Un rato después me limpié y, con suavidad, pasé un pañuelo por su clítoris mojado: le gustó tanto que me permitió seguir con una pajita suave de su coño. Marta recostó, la cabeza en mi pecho, susurrando que llevaba tres años sin follar y que no recordaba haberlo disfrutado así jamás.

Nos vestimos y la llevé de regreso a casa.
Al día siguiente, la charla por teléfono fue subiendo de tono por momentos. Marta ya más confiada quería volver a verme; quedar los fines de semana por la noche era bastante difícil, sus hijos más mayores salían con sus amigos y no volvían hasta tarde, pero a la pequeña que no podía dejarla sola. Solo una vez al mes la peque se quedaba en casa de su padre y ella quedaba libre, pero eso era mucho tiempo sin vernos y comenzamos a quedar varias tardes.

Como no teníamos un lugar donde encontrarnos y el hotel más cercano estaba a varios kilómetros buscar rincones ocultos y convertir el coche en nuestro refugio.

El calor del verano nos regaló el suelo, la manta, el cielo abierto como único testigo. Conoció a su ex muy joven y con apenas dieciocho años se casó. Descubrí que Marta, pese a su edad y cuerpo perfecto, nunca había explorado demasiado: sexo tradicional, misionero y poco más, a ella le encantaba comerle la polla, pero a el no mucho, un exmarido poco generoso que jamás quiso más que el mete-saca y la postura del misionero. Marta tenía la fantasía de tener sexo anal pero el miedo a que su ex la tratara de puta o degenerada la había perseguido en su cabeza, la confianza, seguridad y relajación que tenía conmigo hizo que me pidiera romper ese bloqueo.

La primera vez fue así: Marta, desnuda sobre la manta, mirándome a los ojos, se giró y, boca abajo, susurró: “Quiero que me rompas el culito…” Obedecí con delicadeza: humedecí mis dedos en su boca, luego jugando con ellos en su ano, movimientos circulares y lentos, muy despacio, uno, dos, tres dedos, hasta que sentí la dilatación, la lubricación natural era fluida. Mi polla dura, la penetración progresiva, suave, despacio, escuchando sus gemidos, atendiendo sus peticiones de suavidad. El ano se abría y lubricaba más con cada movimiento, la intensidad crecía, y al poco ya tenía su culito a tono, húmedo y bastante abierto, mi polla muy dura y deseosa de desvirgar ese culito así que me coloqué encima de ella y situando mi polla a la entrada del ano fui penetrando muy despacio para no hacerla ningún daño.

Muchas mujeres después de la primera experiencia anal no quieren volver a repetir y esto se debe a que el hombre en ese momento solo pensó en su disfrute, fue brusco y egoísta dejando a la mujer sin ganas de repetir.

Mata retorcía su cuerpo al descubrir una nueva forma de placer que desconocía y deseaba experimentar. El dolor inicial se transformó en placer puro: Marta retorcía el cuerpo, pedía más, se volvía loca cada vez que el ritmo subía, y cuando me corrí dentro, ella levantó el culo, pidiendo que no saliera jamás.

Así nos quedamos, tumbados el uno sobre el otro con mi polla dentro de su culo, ella hacia pequeñas contracciones de su ano para presionar mi polla, algo que me excitaba mucho, poco a poco fue bajando la erección sacando mi polla de su ano, esta vez fue ella la que suavemente me fue limpiando con delicadeza.

Comenté lo que le había parecido, y su respuesta fue clara: nunca imaginó que ese tabú podría ofrecerle semejante placer.

Desde entonces, el sexo anal fue norma y ritual entre nosotros.

Marta fue una aventura intensa; podría haber sido mucho más. Las circunstancias no nos dieron más que un año, pero nunca olvidaré esa primera vez, ni los secretos y la locura que descubrimos juntos.

Volveré con Marta en otra historia…   

<<<<<<<  Relato revisado a noviembre de 2025

“Los comentarios están desactivados para evitar SPAM. Si deseas dejarme algún comentario utiliza el formulario de contacto.”

82 Visitas totales
46 Visitantes únicos