Feliz cumpleaños

“Hubo un tiempo en que las fantasías sexuales eran territorio prohibido. Se consideraban tabú, algo mal visto y censurado, oculto bajo capas de pudor y normas sociales, fuera de lo aceptable incluso en la pareja más “correcta”. El deseo debía seguir unos códigos, y lo imaginado era relegado al silencio o la vergüenza.

Ahora, aunque la sociedad avanza y las mentalidades se transforman, seguimos navegando en aguas donde lo establecido dicta qué pensar, qué desear, con quién y cómo fantasear. Pero el cerebro, nuestro mayor órgano erótico, nunca ha entendido de límites impuestos; es él quien alimenta el deseo, intensifica el placer y abre las puertas a una sexualidad más rica, más abierta y consciente.

Las fantasías no solo nos liberan, sino que nos empoderan. Permiten explorar, crear, reinventar el placer y construir relaciones donde la complicidad, la sinceridad y el morbo unen más que cualquier tradición.
La verdadera revolución sexual empieza en la mente: ahí germina la libertad de sentir, soñar y gozar sin censuras, sin miedo al qué dirán.

Cuanto más abrimos la mente y dejamos espacio al deseo —y a las fantasías— más auténtica y plena se vuelve nuestra sexualidad.
El placer real comienza cuando dejamos de juzgar y nos permitimos imaginar, disfrutar y compartir lo que nos enciende por dentro.”

La principal forma de contacto para asistir a las fiestas del club solía ser el correo electrónico. Así fue como, un día, recibí un mensaje de Javi.

Javi y Lucía me contaban que eran pareja y que nunca habían estado en un club liberal. No les atraía demasiado relacionarse con otras parejas; lo que les encendía eran los tríos con chicos, hasta ese momento la única fantasía que habían explorado juntos. En el correo, Javi pedía la posibilidad de organizar una experiencia erótica especial para su novia Lucía. Tras varios intercambios por email, quedamos en vernos una tarde para tomar un café y ajustar todos los detalles de la petición.

Era entre semana, así que me desplacé hasta su ciudad, a poco más de una hora de la mía. Llegué el primero a la cafetería pactada y, pocos minutos después, apareció Javi: alto, atlético, con esa seguridad natural de quien está acostumbrado al deporte. Más tarde me confirmaría que jugaba de delantero en el equipo local.

Su presencia combinaba nerviosismo y ganas. Iba a ser una tarde de confesiones y diseño de fantasías… Y toda la historia apenas comenzaba.

Charlamos un rato sobre cosas cotidianas, rompiendo el hielo antes de meternos en lo que realmente nos había llevado a esa reunión. Javi conocía nuestro local por referencias de amigos y sabía que, de vez en cuando, organizábamos encuentros donde las fantasías podían hacerse realidad; por eso decidió escribirme.

Me explicó que Lucía, su novia, era extremadamente activa en el sexo. Siempre habían buscado chicos —la dinámica de parejas o chicas directamente no les atraía— y en la charla compartió algunos de sus encuentros más habituales: desplazándose a otra ciudad, zona de copas, flirteo sugerente con algún chico en el bar y, cuando el fuego subía, se lo follaban en el baño, el coche, o directamente en algún descampado. Otras veces recurrían a algún amigo de confianza, pero nunca mucho más allá.

«Bueno, ¿en qué puedo ayudarte, Javi?» —pregunté después de escucharle.

Me confesó la naturaleza especial del deseo de Lucía: le gustaba el sexo muy duro, la dominación completa, ese ritual de ser usada y tratada como una perra a merced del momento. Y, aunque disfrutaban mucho juntos, muchas veces sentía que el placer no le bastaba y quería ir más allá.

En tres semanas era el cumpleaños de Lucía y Javi quería sorprenderla con algo verdaderamente especial, una fantasía que les rondaba la cabeza hacía tiempo: Lucía, vendada, follada por varios hombres, sin saber en ningún momento cuántos, quiénes ni en qué orden; un puro juego de lujuria y sumisión, anonimato y deseo desbocado.

Le conté que la idea era perfectamente realizable y juntos charlamos sobre la logística: el encuentro sería un domingo por la tarde, y tenía esas tres semanas para reunir a los participantes, todos de mi absoluta confianza.

Durante ese tiempo, Javi y yo seguimos planificando, afinando detalles y creando el ambiente perfecto. Establecimos palabra de seguridad para frenar la acción si Lucía lo pedía, y seleccionamos cuidadosamente a los chicos. Al final, seríamos ocho: Javi, yo y seis amigos dispuestos a sumarse, cuidando el secreto y garantizando que la experiencia fuera espectacular y segura.

La cuenta atrás para la fantasía ya había comenzado…

Llegó el día esperado: domingo de septiembre, soleado y cálido, ambiente perfecto para lo que estaba por venir. En el local convoqué a los chicos tres cuartos de hora antes, asegurándome de que todos entendieran bien el desarrollo de la fantasía y las reglas del juego. Los seis participantes eran conocidos del ambiente: Ramón y Aitor, con los que más confianza tenía, solían ser habituales en las fiestas de los sábados; Pedro y José eran menos frecuentes en el local, pero gente sana y de trato fácil; Enrique y Fran, aunque por lo general venían acompañados de sus parejas, aceptaron sumarse especialmente para la ocasión. Repasamos juntos los detalles: ni conversaciones entre nosotros, sólo palabras obscenas y calentadoras para sumergirnos en el ambiente adecuado. Al terminar el evento, todos deberían marcharse antes que la pareja, dejando intacto el halo de misterio.

En la sala ya teníamos todo preparado: un soporte de cincuenta centímetros de altura, forrado con un colchón de espuma de dos por cuatro metros, con los laterales libres y espacio para moverse con comodidad. La estética del espacio era sugerente, limpia y lista para una tarde de pura lujuria.

La cita estaba fijada a las seis en punto, y la pareja llegó con puntualidad. Metieron el coche dentro del recinto, cerramos la puerta exterior y el mundo quedó exclusivamente para nosotros. Lucía venía sin poder ver nada: gracias a un amigo de mi tienda erótica, conseguimos una pequeña capucha de cuero para juegos BDSM que cubría parte de la cabeza hasta la nariz, ocultando los ojos y dejando libres los orificios de las orejas, la boca y la nariz. Queríamos que solo le privara el sentido de la vista, intensificando así todo lo demás.

Javi la ayudó a salir del coche, buscando mi complicidad con un saludo breve y directo. Saludé a Lucía, perfectamente consciente de que tampoco me conocía a mí, y lo hice con un tono formal y juguetón:

«Buenas tardes, señorita».

Lucía sintió la atmósfera, el aire de misterio privado y la excitación de lo inesperado; hasta entonces no tenía ni idea de lo que estaba realmente preparado.

Lucía era delgada, de uno setenta de altura, rubia de pelo largo, pecho pequeño, pero bien formado, piernas largas y espectaculares, el tipo trabajado de quien es profesora de fitness. Llegó con un vestido veraniego azul, sin mangas, escotado y de una sola pieza, cayendo hasta la rodilla, destacando el moreno de playa que aún lucía en la piel.
Su porte irradiaba magnetismo y la tensión flotaba en el aire, mezcla de nervios y deseo.

La fantasía estaba lista para comenzar y nadie sabía aún dónde acabaría esa tarde.

Lucía me saludó con un “buenas tardes” con una media sonrisa, tono cordial y a la vez insinuante:

«Tranquila, relájate y disfrute de la velada… la vamos a tratar como usted se merece, señorita».

Pasamos al interior del local. La música sonaba suave, envolviendo la sala en una atmósfera de relax, y el aire estaba impregnado del aroma de las velas que había encendido para perfumar el ambiente. Los chicos esperaban ya desnudos, firmes y en absoluto silencio, todo dispuesto para sumergirla en la fantasía.

Al entrar, Javi se acercó a Lucía, posó su boca junto a su oreja y le susurró:

«Este es mi regalo de cumpleaños. Aunque no puedas ver, estás segura. Relájate y disfruta… como la buena perra que eres».

Con un gesto se apartó, dejándola un instante sola en el centro de la sala. El suspense y la expectativa se palpaban en el aire. Ramón y Aitor rompieron el hielo; se acercaron uno a cada lado, comenzando a besarla lentamente en el cuello, su respiración acariciando su piel. Se apartaron y pronto tomaron el relevo otros dos, aumentándole el deseo y la incertidumbre. Cada intervención era breve, excitante, anónima, diseñada para que Lucía sintiera sólo manos, bocas, cuerpos y el deseo multiplicado.

Seguimos turnándonos de uno en uno, todos, incluido Javi, camuflado entre los demás para que ella nunca supiera quién la tocaba, ni cuántos realmente estaban a su alrededor. Cuando la excitación estaba en su punto, decidimos conducirla a la salita contigua, separada por una simple cortina. La dejamos allí a solas unos minutos, incrementando el suspense y despistándola aún más.

Allí arrancó el primer juego serio: cada uno dispondría de dos minutos, en dos turnos, a solas con Lucía, pudiendo hacer con ella —dentro de los límites acordados— lo que deseara. Lo que pasó con los demás sólo lo puedo imaginar, pero lo que sucedió cuando me tocó a mí… eso sí puedo contarlo con detalle.

La fantasía apenas acababa de empezar.

Al entrar en la sala, me encontré a Lucía apoyada contra la pared. Su respiración era profunda, claramente eufórica, abrumada por el misterio y el deseo acumulado en instantes previos. Me acerqué despacio, tomándola de la cabeza, y acerqué mis labios a los suyos; sentí el temblor de su cuerpo, su excitación vibrando entre nosotros. Deslicé la mano derecha por debajo de su vestido, aferrando su nalga con fuerza: la carne dura y firme de quien cuida su cuerpo, el tacto que invita a no quedarse quieto.

No podía limitarme a un solo contacto. Tiré suavemente de su tanga, dejando que los dedos siguieran el camino mojado que me indicaba su excitación; al rozar su coño, Lucía soltó un “aah…” apenas audible, mezcla de sorpresa y placer. Mi mano izquierda tampoco se contenía: se abrió camino entre su escote, buscando el pequeño pero firme pecho, acariciándolo con decisión.

Mi boca mudó de sitio, saboreando su pezón pequeño y duro antes de atraparlo entre los dientes y darle un mordisco juguetón. Lucía arqueó la espalda, un espasmo eléctrico y más jadeos, la tensión sexual disparada. Los dedos de mi otra mano jugaron entre los pliegues de su coño, buscando el clítoris y agitándolo, provocando temblores, gemidos y un deseo cada vez más alto.

Así, entre caricias, mordiscos y juegos, se agotó mi tiempo en aquel primer turno. Dos chicos se acercaron, la tomaron en volandas y la trasladaron a la sala principal. Allí, Javi comenzó a desnudarla lentamente; el vestido se deslizó hasta el suelo, dejando expuesta esa figura firme y preciosa, con el moreno brillante sobre la piel. En apenas unos segundos, Lucía estaba completamente desnuda.

No dieron pausa: la levantaron nuevamente y la llevaron al centro del colchón, lista para que la fantasía siguiera avanzando y la temperatura subiera aún más.

Se acabaron las contemplaciones; desaparecieron las caricias suaves y la delicadeza inicial. En un primer momento, Javi quiso dirigir los pasos, como solía hacer, pero antes de que rompiera la magia me acerqué, lo aparté discretamente y le susurré que se relajara y disfrutara, que los chicos sabían perfectamente cómo moverse en este terreno y que, si marcaba demasiado, Lucía podía sentirse incómoda y toda la atmósfera se vendría abajo. Me hizo caso, se dejó llevar y participó como uno más, y con el paso de la tarde acabó gozando de cada instante.

Los chicos se lo tomaron en serio: la energía fue subiendo de intensidad, se volvieron más directos, más dominantes, pero nunca con violencia; era una entrega dura, firme y absolutamente excitante. La sumisión de Lucía crecía con cada gesto, cada orden, cada contacto. Mientras uno la penetraba con fuerza, otro le obligaba a devorarle la polla, alternando los papeles, haciéndola perder toda noción del tiempo y de las identidades.

Lucía, sumisa y desatada, ardía, lamiendo la polla de Ramón con ansias, sin reservas, los miedos y la vergüenza del principio desaparecidos por completo: ahora sólo quedaba entrega total y el goce de obedecer cada orden, cada deseo expresado. Era increíble verla dejarse llevar así, disfrutar intensamente de todo lo que pasaba sin poder ver nada, sumergida en el juego de sensaciones, dominante solo el placer en estado puro.

Lucía cabalgaba sobre José, sus movimientos salvajes y entregados, buscando en cada embestida el máximo placer. Sobre ella, Aitor se acercaba, preparando a Lucía para un doble juego, el deseo multiplicado en contacto y cuerpo.

Aitor se inclinó sobre Lucía, susurrándole al oído, su voz cargada de provocación:
«Te vamos a dar una lección que nunca olvidarás… cuando acabe la noche, no vas a poder sentarte en días».

Con cada embestida, Lucía sentía el ritmo firme y decidido de Aitor, el juego de placer y entrega elevándose al límite.

Lucía sólo podía gemir, sus exclamaciones quedaban ahogadas por la mezcla de placer y entrega. —»¡Sí, sí, fóllame!»—clamaba, desbordada por el momento.

Ramón, sin darle tregua, tomó suavemente su cabeza y guió su boca hacia él, con una voz firme y provocadora:
«Menos palabras …» tomando su cabeza y poniendo su polla en la boca.

El ambiente hervía—el deseo, la intensidad y la sumisión se fundían en la escena, al ritmo de cuerpos y miradas.

«¡Cómela, Lucía!» —ordenó Ramón con voz baja, dándole un par de palmadas suaves en la mejilla para provocarla y avivar la entrega.

El relevo era constante; ninguno dejaba que Lucía descansara siquiera un instante. Privada de la vista, el misterio sólo aumentaba su excitación: no podía saber cuántos la rodeaban, si eran cuatro, ocho o una multitud. Su cuerpo entero vibraba—se estremecía con cada caricia y cada contacto, los espasmos recorrían su cuerpo sin control, y los orgasmos llegaban uno tras otro, perdiendo pronto la cuenta, entregada del todo a la experiencia y al deseo desbordado.

«¡Venga, Javi, es tu turno! «—le animábamos, viéndolo emocionado y un poco sobrepasado por el momento.
«¿Esto no era lo que soñabais? Ahora, disfrútalo» —añadió Pedro, con una sonrisa cómplice.

Los movimientos se sucedían sin pausa; la manejábamos con firmeza y entrega, cambiando de postura y posición al compás de la excitación. Cada roce multiplicaba la humedad y el deseo en el ambiente. Lucía, completamente entregada, era pura pasión y desinhibición, dejándose llevar sin reservas. Así, cuando el ritmo subió de nivel, nos atrevimos a explorar otras fantasías, empujando los límites del placer y la entrega, en una tarde que ninguno podría olvidar.

La colocamos con el cuerpo inclinado hacia adelante, las rodillas flexionadas y las caderas elevadas, exponiendo figura de su trasero de manera provocadora. Uno de los chicos la sostenía firmemente por la cintura, mientras otro, con ambas manos, apartaba suavemente sus nalgas, preparando el terreno para que la fantasía siguiera elevándose en intensidad.

Esta vez, Fran tomó la iniciativa. Aunque preparó sus manos con cuidado con lubricante, la excitación y la entrega de Lucía hacían innecesario cualquier detalle: su cuerpo reaccionaba con una humedad y una sensibilidad desbordantes, dejando claro que el deseo seguía creciendo entre todos.

Fran, con una mirada cómplice y el pulso acelerado, empezó a explorar cuidadosamente el trasero de Lucía, jugando con los dedos lo fue penetrando poco a poco dejándose guiar por la intensidad que reflejaba el cuerpo de ella, la piel de Lucía, tibia y humedecida por el deseo, reaccionaba a cada movimiento con estremecimientos incontrolables.

Los dedos abrieron la entrada a su mano, a cada avance, Lucía respondía con gemidos profundos, su respiración entrecortada desvelando una mezcla embriagadora de placer y atrevimiento. El ritmo de Fran fue ganando seguridad, llevándola más allá de sus límites, mientras el ambiente se impregnaba de esa tensión deliciosa y prohibida que sólo se vive cuando las fantasías más ocultas toman el mando.

Lucia gemía en una mezcla de dolor y placer, pronto tuvimos el resultado una corrida anal bestial que se deslizaba por sus piernas.

La escena llegó a tal punto de intensidad que incluso Javi, completamente desbordado por la experiencia, no pudo contener su asombro. Con los ojos muy abiertos, jadeando aún, murmuró entre risas y suspiros:
«Esto… esto es increíble, jamás me habría imaginado vivir algo así… ¡qué pasada!»

El ambiente, cargado de deseo y adrenalina, hacía que cada gesto y cada palabra resonaran con más fuerza, dejando claro que todos estaban cruzando juntos un umbral de placer y fantasía difícil de olvidar.

Como un pacto silencioso y tal como nos lo había pedido Fran, ninguno de nosotros le permitía a Lucía ni un segundo de tregua. Mientras en la sala el aire se mantenía fresco, su piel ardía y las gotas de sudor resbalaban por su cuerpo, delatando la intensidad del momento. A veces, aprovechábamos para refrescarla: una botella de agua corría sobre su frente y su cuello, el contraste del líquido frío sobre su piel encendía aún más sus sentidos. Entre risas y suspiros, también la hidratábamos llevándole el agua a los labios, a veces desde nuestras propias bocas, compartiendo el deseo de mil formas sutiles y provocadoras.

Javi, completamente entregado y contagiado por la excitación general, tuvo su oportunidad: le dimos espacio para que disfrutara a solas de Lucía durante unos instantes, explorando a su ritmo, mientras los demás contemplábamos la escena con esa mezcla de morbo y complicidad que hacía de aquella tarde una fantasía cumplida.

«¡Me has salido muy viciosa!.. la decía mientras se la follaba … ¡A partir de ahora vas a saber lo que es caña de verdad!»

Lucía, completamente entregada al momento, gemía y se dejaba llevar, respondiendo afirmativamente a cada palabra y gesto. Javi, consumido por el deseo y la intensidad del instante, no tardó en alcanzar el clímax, desbordado por la experiencia y el ritmo delirante de la escena.

Habían transcurrido casi cuatro intensas horas en las que Lucía no había tenido ni un respiro, entregándose sin reservas a cada instante. Nosotros, ya recuperados y aún palpitantes de deseo, nos preparamos para un último asalto, decididos a cerrar aquella sesión con broche de oro.

Durante media hora más, el ambiente se mantuvo cargado de energía, risas cómplices y cuerpos enlazados. Cada uno aportaba su deseo, sumando intensidad y juego en un remate que todos sabíamos que debía ser inolvidable. La anticipación flotaba en el aire: el final tenía que estar a la altura de la fantasía que estábamos viviendo.

El desenlace se sentía cerca. Lucía, agotada pero encendida por la energía que circulaba en la sala, se dejó llevar por las últimas embestidas, sintiendo cómo las manos y los cuerpos la rodeaban, guiando el ritmo y el deseo. La complicidad entre todos era absoluta, el ambiente vibraba en una mezcla de jadeos y susurros cómplices, uno a uno fue terminando corriéndose sobre la cara de Lucia aportando el remate final, una corriente de placer recorriendo todos los cuerpos. En ese torbellino de sensaciones, Lucía alcanzó el éxtasis una última vez, sus gemidos se mezclaron con los nuestros mientras la sala se llenaba de la satisfacción compartida, la sensación de haber llevado el juego al límite.

Al final, el silencio era sólo interrumpido por la respiración acelerada y las miradas satisfechas. La fantasía se había cumplido con creces; todos nos sentíamos parte de algo memorable, una experiencia de deseo, entrega y complicidad que quedaría grabada en la memoria mucho tiempo.

La sesión terminó y, poco a poco, los chicos fueron abandonando la sala, dejándonos a solas a Javi, Lucía y a mí. El ambiente, tras la intensidad vivida, se fue calmando. Javi retiró con delicadeza la capucha de cuero de la cabeza de Lucía; sus ojos comenzaron a abrirse lentamente, al principio molestos por la luz, y pronto, unos preciosos ojos verdes llenos de vida y sorpresa iluminaron la habitación. Admito que esa mirada me conquistó—Lucía era realmente guapa y tenía una presencia especial.

Ya más relajados, todos nos dimos una ducha rápida y nos sentamos juntos, copas en mano. Les sorprendí con una tarta de cumpleaños, velas encendidas y risas compartidas. Durante más de una hora, conversamos sobre todo lo ocurrido; Lucía, aún agotada pero notablemente emocionada, confesaba que la sesión le había hecho descubrir sensaciones y deseos inéditos. No dejaba de preguntar cuántos habíamos participado, pero no consiguió que se lo dijéramos, aumentando así el misterio y la picardía del momento.

Sin duda, fue una experiencia intensa y un regalo de cumpleaños inolvidable. Con esta pareja forjé una bonita amistad, y después de aquel día, preparamos otras sesiones, pero ya sin venda, disfrutando de la complicidad y la confianza ganadas.

Este tipo de situaciones pueden ser tremendamente divertidas y llenas de erotismo, pero siempre desde el respeto y el consentimiento previo de todos los participantes—eso es, al fin y al cabo, lo más importante para que la fantasía se convierta en un recuerdo feliz y seguro.

<<<<<<<  Relato revisado a noviembre de 2025

“Los comentarios están desactivados para evitar SPAM. Si deseas dejarme algún comentario utiliza el formulario de contacto.”

70 Visitas totales
47 Visitantes únicos